Eterno homenaje

Mi historia
BLANCA ISABEL TREJO
Madre abuelita y hermana Nació en quito el 30 de julio de 1941, su madre fue Carmen Judith Trejo. Su padre fue don Miguel Rodríguez Boada, Sus hermanas de madre y padre fueron Beatriz y Martha Trejo, Sus hermanos de padre fueron Patricio Julio Ezequiel, Fausta y Rosa Rodríguez Trejo.
Isabelita, como la llamaba amorosamente su padre, tuvo cinco hijos: Luis Humberto, Jonny Patricio, María Antonieta, Jeampool Anibal y Frosli Valerza. Fue abuelita de Ana Alejandra, Ana Victoria, Selene, Viviana, Fabricio, Jampol, Ariel, Nicol, Janine, Peter, Mishel, Julian, Frosli Belén y Frosly Emilia. A lo largo de su vida pasó muchas cosas que han quedado grabadas en el corazón, en nuestro día a día lleno de enseñanzas y anécdotas, nuestra madre fue una mujer luchadora, de un gran sentido del humor y dedicada a sus hijos.
Mujer de muchas virtudes que reflejaba en mil oficios: Chef de las mejores, ya que nunca faltaba en su mesa una receta, ese algo improvisado salido de lo más profundo de su corazón para sus visitantes a quienes no solo abría la puerta, sino su alma. No era difícil ver el amor reflejado en sus ojos y expresado en un abrazo con sabor a te extrañé. Enfermera, luego de una corta conversación del día a día, en el cual estaban inmersos los males y dolores, emitía el diagnostico, la receta y el procedimiento, mismo que incluía curas milagrosas, brebajes que minuciosamente fueron anotados en aquella libreta que servía de recetario con frases, poemas y números telefónicos.
Psicóloga, ya que entre suspiros y nostalgia, nunca faltaban los consejos basados en lecciones de una vida pasada que de vez en cuando le sacaba una lágrima, que rápidamente y con una sonrisa a modo de perdón y olvido, se secaba para seguir concentrada en el análisis del dilema. Amiga, la persona a quien podías acudir para desahogar aquellos enredos de la mente, el refugio, la infidente, cómplice en todo momento que de un brinco y con su infaltable sombrero estaba lista para la aventura y romper la rutina de la semana con un heladito de por medio.
Cómo olvidar las tardes de tejido, del recorrido por las plantas, de ver cómo van creciendo y lo maravilloso de la naturaleza, su emoción al ver florecer esa patita de la planta que de seguro recogió en el camino o de alguna salida inesperada a los invernaderos. Quedan sus platillos, los remedios, los consejos, los tejidos, las tardes de charlas, los paseos, las golosinas y las plantas. Estamos aquí madre querida sin tu amor y tus cuidados, con el recuerdo de la tuya que es una vida de verdadero amor y de ilusiones.
Nos vemos pronto, Isabelita.


Su carácter férreo y su mirada exigente se fueron morigerando con los años. Ustedes no lo recuerdan porque son mucho menores que yo. Solo Luis sabe más porque tuvo la fortuna de conocerla antes. Tengo mil anécdotas que no conocen y sé que ustedes tienen mil más que cada uno de nosotros no imaginamos.
El sentido de este espacio de homenaje imaginado por Frosli tiene ese fin. Compartan fotografías y recuerdos en el enlace que amablemente ha puesto a disposición. Eso nos fortalecerá y será una suerte de bálsamo para seguir queriendo y recordando a esa Isabelita que fue niña amada por su padre, por su madre y sus hermanas, y su hermano, y las gentes que tuvieron la dicha de conocerla.
Para que mis letras no sean vanas contaré una anécdota: Guapa y coqueta como era, una vez, en el año 1973, fue mamá a la peluquería, donde para ciertos peinados se usaba lo que denominaban antimonio, y era en realidad tioglicolato de amonio. Resulta que se era, que se les pasó el tiempo de aplicación y el cabello quedó reseco, al punto de optar por cortarse a ras. Aun así seguía guapa, pero la activa vida social en el Banco le obligó a comprar una bella peluca corta que lucía espléndida. La misma peluca que usé cuando me eligieron para emular a Cristóbal Colón en el desfile alegórico. Fue la sensación. En esa época era rubicundo. Me vistieron con un chaleco largo, muy largo, y me obligaron a pasear por las calles empedradas bajo el inextinguible aplauso de vecinos y sorprendidos campesinos que llegaban al mercado.
Recuerdo a mamá con cariño, con un afecto suave pero constante, permanente, como las cosas bellas que no empalagan.


A veces me acompañaba a dibujar. No sé si compartía mis ideas al trazar las líneas pero una vez me contó la historia de cómo vio a un par de pajaritos que obligaban a intentar el vuelo a su cría. Ese dibujo que tanto le gustó recrea el cariño de mamá por sus cinco hijos, sus criaturas, sus alegrías. Lo hicimos juntos el 14 de septiembre del veintiuno:
Para mis hijos de mi corazón
gotitas de agua
rayitos de sol
lindos luceritos
regalos de dios
gorrioncitos tiernos
lirios en botón
sonrisa del cielo
milagros de amor
BLANCA TREJO
